Vías romeas
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Se conoce como vías romeas a las rutas medievales que eran utilizadas habitualmente por los peregrinos (romeros) que se dirigían a Roma.[1] Estas rutas eran principalmente itinerarios de larga distancia formados por la unión de diversos caminos regionales. Tenían en común que cruzaban los Alpes por alguno de sus pasos y posteriormente conectaban con la vía Francígena, bien a su inicio en Vercelli o en diversos puntos de su recorrido hasta la Ciudad de San Pedro. Por otro lado, a estos itinerarios se unían pequeñas rutas que permitían el acceso a ellos desde un amplio abanico de zonas europeas. La descripción de estos itinerarios que ha llegado a nosotros se debe a crónicas de viajes de ida o vuelta a Roma que realizaron diversos personajes, tanto religiosos como laicos.
La peregrinación a Roma fue desde tiempos altomedievales y hasta el surgimiento de la reforma protestante, un elemento común de la cristiandad europea. Su popularidad varió con el tiempo en función de factores como la preferencia de los peregrinos por los otros dos grandes destinos —Jerusalén y Santiago de Compostela—, de la situación política de los territorios que atravesaban los caminos, de la actitud del papado y su promoción del peregrinaje, así como de la postura que las nuevas iglesias reformadas adoptaron ante el culto a los santos y las reliquias.
El actual éxito en la recuperación de los Caminos de Santiago y su gran uso han llevado a que asociaciones y Administraciones recuperen alguno de estos itinerarios medievales mediante su señalización, la edición de mapas y guías, así como la adecuación de la infraestructura de alojamiento.
El principal camino —la citada vía Francígena— fue una ruta en el interior de la península itálica que desarrollaron los lombardos en el siglo VII con el fin de mejorar la comunicación entre sus territorios de la llanura padana y el área cercana a Roma. Este camino ha experimentado en los últimos años una notable puesta al día de su infraestructura, y su nombre actualmente designa un largo itinerario de unos 2000 km entre Canterbury y Roma, un itinerario que fue descrito en el año 990 por el arzobispo de la primera ciudad con motivo de su viaje a la ciudad papal para recibir el pallium de manos del papa.