Lares (mitología)
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Los lares eran deidades guardianas en la antigua religión romana. Su origen es incierto, y pueden haber sido héroes-ancestros, guardianes del hogar, de los campos, de las fronteras o de la fecundidad, o una amalgama de todo ello. Eran hijos de Lara (o Larunda),[1] una de las náyades, y el dios Mercurio (algunas fuentes mencionan a Júpiter),[1] cuyo origen se encuentra en los cultos etruscos a los dioses familiares.
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Se creía que los Lares observaban, protegían e influían en todo lo que ocurría dentro de los límites de su ubicación o función. Las estatuas de los Lares domésticos se colocaban en las mesas durante las comidas familiares; su presencia, culto y bendición parecen haber sido necesarios en cualquier evento familiar importante.
Autores romanos a veces los identifican o combinan con ancestros-Deidades, los penates domésticos y el hogar. Debido a estas asociaciones, los Lares se clasifican a veces como Dioses domésticos, pero algunos tenían dominios mucho más amplios. Los caminos, las vías marítimas, la agricultura, la ganadería, los pueblos, las ciudades, el Estado y el ejército estaban bajo la protección de sus respectivos Lar o Lares. Los que protegían los barrios locales (vici) se alojaban en los santuarios de las encrucijadas (Compitales), que servían de centro de la vida religiosa, social y política de sus comunidades locales, mayoritariamente plebeyas. Entre los funcionarios de su culto se encontraban libertos y esclavos, excluidos de la mayoría de los cargos administrativos y religiosos por su estatus o por sus propiedades.
En comparación con las principales deidades de Roma, los lares tenían un alcance y una potencia limitados, pero las evidencias arqueológicas y literarias atestiguan su papel central en la identidad y la vida religiosa romanas. Por analogía, un romano que regresara a casa podría describirse como un regreso ad Larem (al lar; esta expresión sobrevive en el español como «volver a los lares» o «por estos lares»). A pesar de las prohibiciones oficiales de los cultos no cristianos a partir de finales del siglo IV d. C., cultos no oficiales a los lares persistieron al menos hasta comienzos del siglo V d. C.
La antigua Roma presentaba dos vertientes: por un lado, los cultos públicos o estatales y, por otro, los cultos privados o domésticos. Dentro de esta segunda vertiente se sitúa la adoración de los llamados dii familiaris o dioses de la familia. Entre estos se encuentran los genii locorum o lares loci, cuya función primordial era velar por el territorio en que se encontraba la casa familiar. Tanto es así, que antes de que la propiedad privada fuese regulada por el derecho, eran los dioses lares los encargados de evitar que los extraños se adentrasen en tierras ajenas mediante, según la creencia popular, la amenaza de enfermedades que podían llegar a ser mortales.
Las familias romanas sentían una gran veneración por los lares, que representaban en forma de pequeñas estatuas. Estas se colocaban tanto dentro como fuera de la casa en pequeños altares llamados lararia (sg. lararium), donde se realizaban ofrendas o se les rendía oración. En la casa (sg. domus), el larario solía situarse en el atrio, lo más cerca posible de la puerta principal. En el caso de los apartamentos (pl. insulae), el lararium se colocaba cerca de la cocina, aunque en una misma casa podían existir varios y no era extraño que se encontrasen en los dormitorios. Lo que era importante, sin embargo, es que no estuviesen en lugares poco transitados o escondidos, con el fin de que no fuesen ignorados u olvidados.
En los primeros tiempos romanos cada casa tenía al menos una estatuilla, más adelante surge cierta confusión entre éstas y las de los manes, almas de los antepasados muertos.