Horimono (tatuaje)
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Horimono (彫り物, 彫物, Horimono?) es un término usado para referirse al tatuaje tradicional japonés que responde a una técnica y estética particulares.[1][2] Surgió durante el período Edo junto a otros modos de pigmentarse la piel, como por ejemplo el ikakubori —un tatuaje intimidatorio llevado por gente de baja estofa—, o el irebokuro —de tipo sentimental, practicado por cortesanas, wakashu y monjes budistas—. A principios del siglo XVIII era bastante común entre ganapanes, artesanos, obreros de la construcción y gente de clase humilde.[3] Desde el punto de vista artístico, su evolución histórica fue similar a la del ukiyo-e («grabado japonés») Los grabados en Japón comenzaron siendo monocromáticos hasta que llegó la técnica del nishiki-e, a partir de entonces se produjeron pinturas muy coloridas, cuyos diseños emulaban a los lujosos brocados tradicionales de Kioto. El horimono también nació con imágenes simples de un solo color, sin fondo, ni marco, que se fueron complicando y extendiendo con el tiempo hasta recubrir grandes extensiones de piel.[4] Su estilo se consolidó durante las eras Bunka y Bunsei, como un tipo de tatuaje ceñido al cuerpo a modo de antigua túnica japonesa,[5][6] que convertía la piel de quien lo llevaba en una especie de damasco policromado.[nota 1] La difusión del horimono durante el siglo XIX, así como los motivos que en él se representaban, se debieron en gran parte al éxito del Suikoden ilustrado por Kuniyoshi, publicado a partir de 1827.[8]
Desde su aparición durante el periodo Edo el horimono fue un tatuaje emblemático, que las clases oprimidas exhibían sin discreción para expresar su disconformidad con las autoridades. El shogunato no apreciaba especialmente ese tipo de ostentaciones por parte del pueblo, por considerarlas propias de matones y disidentes empeñados en quebrantar la ley. El desafío hacia la autoridad que las élites percibían en quienes se coloraban la piel, se debía a reminiscencias de los antiguos irezumi, un tipo de tatuaje usado para marcar criminales (véase tatuaje penal o irezumi) A pesar de considerarlo provocativo y un símbolo de rebeldía, las clases dirigentes del antiguo Japón no llegaron nunca a suprimir el tatuaje, hecho que testimonia el creciente poder de las masas de aquella época. En este sentido, el horimono sirvió a los más desfavorecidos para reivindicar su identidad, pudiéndose interpretar como una «insignia del villano» frente al noble, a quien mostraba con orgullo y dignidad un cuerpo desnudo cuya piel parecía un brocado multicolor.[3]
Un horimono puede extenderse por la totalidad del cuerpo excepto la palma de las manos, planta de los pies y cabeza. Existen tatuajes que cubren la espalda desde el cuello hasta las nalgas, asemejándose a los jinbaori que portaban ciertos samuráis sobre la armadura. Otra de las composiciones habituales se extiende desde los hombros hasta los codos o las muñecas, y puede llegar a cubrir los pectorales con figuras circulares reforzando la forma del pecho.[9] En su forma tradicional, el dibujo de base del tatuaje suele representar fenómenos naturales en colores puros, antepuestos de forma ilusoria a una segunda capa, compuesta por elementos de fauna y flora distribuidos de manera uniforme. Si el diseño también reviste la espalda, se remata con una tercera capa donde se narran de forma gráfica historias sobre héroes,[10] tradiciones populares o religión.[11]
El hecho de que se haga referencia al horimono en muchas xilografías, novelas, pinturas, cuadernos de viaje realizados por extranjeros y representaciones de kabuki que ilustran la vida cotidiana de la antigua ciudad de Edo, sugiere que en épocas anteriores el tatuaje era parte integral de la vida cotidiana en el shitamachi, o casco viejo de Tokio.[12] En concreto, dentro de la metrópoli de Tokio, el tatuaje tradicional hunde sus raíces en el área que abarcan las regiones de Adachi, Arakawa, Chiyoda, Chūō, Edogawa, Kōtō, Sumida y Taitō. Durante el período Edo surgieron allí los primeros tatuadores profesionales, conocidos con el nombre de horishi. Estos tatuadores satisfacían la demandada de los barrios de entretenimiento, grabando promesas de amor en los cuerpos de las cortesanas y sus patrocinadores. Los horishi ejercían su oficio en pequeños talleres situados dentro de los barrios autorizados del shitamachi, tal y como hacían el resto de artesanos que regentaban un negocio humilde.[13] La mayoría de horishi que trabajaban en Tokio a principios del siglo XXI seguía concentrándose en el casco viejo, si se comparaba su número con el de otras áreas metropolitanas de la ciudad.[14] Algunos estudios constatan una elevada presencia de yakuza en regiones como Taitō, en el distrito de Asakusa. En el ámbito popular, legal y académico, se suele asociar el tatuaje tradicional japonés con este tipo de grupos o la criminalidad en general. Sin embargo, algunos horishi confiesan que entre el ochenta y noventa por ciento de sus clientes son ciudadanos ordinarios.[15]