Filosofía del suicidio
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En ética y otras ramas de la filosofía, el suicidio plantea preguntas difíciles respondidas de manera diferente por varios filósofos. Un ejemplo representativo es Albert Camus, quien utilizó el suicidio para reflexionar sobre el sentido de la vida desde una posición existencial en su ensayo filosófico El mito de Sísifo, a menudo representado con la famosa frase «No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: es el suicidio».[1] Teniendo en cuenta que el ser humano se puede plantear el dilema del suicidio incluso en las mejores condiciones que la vida le pueda brindar, surge la pregunta de si el suicidio es una solución al problema de la vida misma, y no solo una respuesta perversa a una vida que ha salido mal.[2]
En términos filosóficos el concepto de suicidio es difícil de delimitar, ya que según las características que se consideren o no como constitutivas de un acto suicida ciertas acciones pueden quedar fuera, o por lo menos, generar cierta controversia. Determinar si un acto es suicida o no puede implicar un juicio moral subyacente, a menudo inconsciente, sobre la justificación de las acciones de la persona que realiza el acto, como por ejemplo en el caso de una persona fumadora consciente de que fumar le puede causar la muerte, o en situaciones como la muerte de Sócrates o la de Jesucristo. De la misma manera, pueden darse actos suicidas que no resulten en la muerte de la persona que los realiza, o muertes voluntarias que no sean consideradas suicidio, como el caso de la eutanasia en países como Suiza o España.[3]
A nivel incluso de especie se ha argumentado que la tendencia del ser humano a sentir más interés por algo que reporte ventajas a corto plazo que posibilidades de supervivencia a largo plazo es un indicador de una tendencia suicida, como por ejemplo se evidencia con el hecho de que el aumento actual de la población mundial no es sostenible a largo plazo.[4] Asimov lo interpreta como un desequilibrio entre el poder que posee el ser humano y su inteligencia, lo que tan solo ha supuesto una ventaja a corto plazo en cuanto al relativo dominio sobre el resto de especies, pero que a la larga conduce a una inevitable autodestrucción.[5]
Se suele considerar una definición basada en la intención, es decir, la noción de suicidio como la intención de provocarse la muerte; aunque en este caso el problema suele ser que prácticamente siempre detrás de la intención de morir hay otra necesidad o intención. El suicidio puede tener uno o varios objetivos aparte del suicidio mismo como podrían ser el alivio de un sufrimiento físico o mental, el martirio persiguiendo una causa moral (como la inmolación de Mohamed Bouazizi o la de los bonzos como Thích Quảng Đức) o militar (como los ataques suicida y kamikazes), el suicidio altruista como cumplimiento de un deber social percibido (como el sati o el harakiri), la evitación de una pena capital, la venganza o la protección de una tercera persona.[6]