Dogmas de la Iglesia católica
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En la Iglesia católica, un dogma es una verdad absoluta, y absolutamente segura, sobre la cual no se cierne ninguna duda.[1] Una vez proclamado solemnemente, ningún dogma puede ser derogado o negado, ni por el papa ni por decisión conciliar. Por eso, los dogmas constituyen la base inalterable de toda la doctrina católica[2] y cualquier católico está invitado a adherir, aceptar y creer en los dogmas de una manera irrevocable. El acceso a un dogma es un acto volitivo; en consecuencia, la relación con el dogma es un acto plenamente libre.
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Los dogmas tienen estas características porque los católicos confían en que un dogma es una verdad que contiene, implícita o explícitamente, la inmutable revelación divina o en que tiene con ella una «conexión necesaria».[3] Para que estas verdades se tornen en dogmas, ellas necesitan ser propuestas directamente por la Iglesia católica a sus fieles como parte de su fe y de su doctrina, a través de una definición solemne e infalible por el supremo Magisterio de la Iglesia (esto es, el papa o un concilio ecuménico con el papa)[4] y de la posterior enseñanza de éstas por parte del Magisterio ordinario de la Iglesia. Para que tal proclamación o clarificación solemne acontezca, son necesarias dos condiciones:
- el sentido debe estar suficientemente expresado como una auténtica verdad revelada por Dios; y
- la verdad o doctrina en causa debe ser propuesta y definida solemnemente por la Iglesia siendo una verdad revelada y una parte integrante de la fe católica.
Mas «la definición de los dogmas a lo largo de la historia de la Iglesia no quiere decir que tales verdades solamente habían sido reveladas, sino que se tornaron más claras y útiles para la Iglesia en su progresión en la fe».[5] Por eso, la definición gradual de los dogmas no es contradictoria con la creencia católica de que la revelación divina es inalterable, definitiva e inmutable desde la ascensión de Jesús.
Los dogmas más importantes, que tratan de asuntos como la Santísima Trinidad y Jesucristo, «fueron definidos en los primeros concilios ecuménicos; el Concilio Vaticano I fue el último en definir verdades dogmáticas (primacía e infalibilidad del Papa)». Entre las definiciones de dogmas «más recientes están la Inmaculada Concepción [...] (1854) y la Asunción de Nuestra Señora [...] (1950)».[5]