Diablo en el cristianismo
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En el Cristianismo, el Diablo es la personificación del mal que se rebeló contra Dios en un intento de igualarse al propio Dios. [2] Se le representa como un ángel caído, que fue expulsado del Cielo al principio de los tiempos, antes de que Dios creara el mundo material, y está en constante oposición a Dios.[3][4] El diablo se identifica con varias figuras de la Biblia, incluyendo las serpiente en el Jardín del Edén, Lucifer, Satanás, el tentador de los Evangelios, Leviatán, y el dragón en el Libro del Apocalipsis.
Los primeros eruditos discutieron el papel del diablo. Los eruditos influidos por el neoplatonismo, como Orígenes y Pseudo Dionisio Areopagita, describían al diablo como la representación de la deficiencia y el vacío, la entidad más alejada de lo divino. Según Agustín de Hipona, el reino del diablo no es la nada, sino un reino inferior que se opone a Dios. La representación medieval estándar del diablo se remonta a Gregorio Magno. Él integró al diablo, como la primera creación de Dios, en la jerarquía angélica cristiana como el más alto de los ángeles (ya sea un querubín o un serafín) que cayó lejos, en las profundidades del infierno, y se convirtió en el líder de los demonios[5]
Desde principios del período de la Reforma, el diablo ha sido imaginado como una entidad cada vez más poderosa, no sólo con una falta de bondad, sino también con una voluntad consciente contra Dios, su palabra y su creación. Simultáneamente, algunos reformistas han interpretado al diablo como una mera metáfora de la inclinación de los humanos al pecado, restándole así importancia. Aunque el diablo no ha desempeñado un papel significativo para la mayoría de los estudiosos de la Edad Moderna, ha vuelto a cobrar importancia en el cristianismo contemporáneo.
En diversos momentos de la historia, ciertas sectas gnósticas como el catarismo y el bogomilismo, así como teólogos como Marción y Valentín, han creído que el diablo estuvo implicado en el creación. Hoy en día estos puntos de vista no forman parte de la corriente principal del cristianismo.