Caída del Imperio romano de Occidente
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La caída del Imperio romano de Occidente (también conocida como la caída del Imperio romano o la caída de Roma) se refiere al hecho de la pérdida de autoridad sobre su vasto territorio del Imperio romano de Occidente que quedó dividido en numerosas entidades políticas sucesoras (los reinos germánicos). Tradicionalmente, de acuerdo con el criterio del historiador del siglo XVIII Edward Gibbon, se sitúa su final en el año 476 d.C., coincidiendo con la deposición del último emperador romano de Occidente, Rómulo Augústulo, a manos de Odoacro. En esa fecha los invasores «bárbaros» habían establecido su propia autoridad en la mayor parte del área del Imperio de Occidente. No sucedió lo mismo con el Imperio Romano de Oriente que perduró mil años más.[1]
Aunque la caída del Imperio romano de Occidente ha sido objeto de un largo debate historiográfico (Alexander Demandt enumeró doscientas diez teorías diferentes sobre el porqué de la caída de Roma, y nuevas ideas han surgido desde entonces),[2][3] las investigaciones de los últimos decenios han cuestionado la interpretación tradicional basada en la obra de Gibbon Historia de la decadencia y caída del Imperio romano (1776-1789) de que el Imperio romano tardío fue un período de «decadencia»[nota 1] que le condujo inexorablemente a su «caída».[4]
La historia de su ruina es simple y obvia; y, en lugar de preguntar por qué el Imperio romano fue destruido, deberíamos más bien sorprendernos de que haya subsistido tanto tiempo. Las legiones de reconocimiento, que, en guerras lejanas, adquirieron los vicios de los extranjeros y mercenarios, primero oprimían la libertad de la república, y después violaron la majestuosidad de la púrpura. Los emperadores, deseosos de asegurar su seguridad personal y la paz pública, se limitaron a corromper la disciplina de las tropas que intimidaba tanto al soberano y como a los enemigos; la potencia del gobierno militar se relajó, y finalmente se disolvió, por las instituciones parciales de Constantino; y el mundo romano se vio abrumado por una avalancha de bárbaros.Edward Gibbon. The Decline and Fall of the Roman Empire, "General Observations on the Fall of the Roman Empire in the West", capítulo 38.
La progresiva difusión del concepto historiográfico de Antigüedad tardía dio una nueva dimensión al debate. Por lo menos desde la época de Henri Pirenne, los estudiosos han descrito la continuidad de la cultura y de la legitimidad política romanas, mucho después de 476. Pirenne pospuso la desaparición de la civilización clásica hasta el siglo VIII. Rechazó la noción de que los bárbaros germánicos hubiesen causado el fin del Imperio romano de Occidente, y se negó a equiparar el final de este con el del cargo de emperador en Italia. Señaló la continuidad de la economía en el Mediterráneo romano, incluso después de las invasiones bárbaras, y sugirió que solo las conquistas musulmanas representaban una ruptura decisiva con la Antigüedad. Así los defensores del concepto de «Antigüedad tardía» han destacado la transformación de la Edad Antigua en la cultura medieval mediante una evolución cultural paulatina.[5] En las últimas décadas, argumentos basados en descubrimientos arqueológicos y en patrones de asentamientos extienden la pervivencia de la cultura material romana incluso hasta el siglo IX.[6][7][8] Teniendo en cuenta la realidad política de la pérdida de control de los territorios europeos occidentales por las autoridades imperiales, pero también la continuidad cultural y los datos de las excavaciones arqueológicas que la corroboran, se ha descrito el proceso como una transformación cultural compleja, en lugar de una «caída».[9] «Del siglo siglo XVIII en adelante hemos estado obsesionados con la caída: se la ha tomado como un arquetipo para cada declive percibido, y, por tanto, como un símbolo de nuestros propios miedos», escribió el historiador Glen Bowersock.[10]