Arte románico en Cataluña
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El arte románico en Cataluña se introdujo en el siglo XI. Fue el primer románico de la península Ibérica y se extendió a lo largo de este siglo y del siguiente con un gran número de edificios sobre todo en las zonas comprendidas por las actuales provincias de Barcelona, Gerona y norte de Lérida. Tiene unas características propias y particulares y se considera como uno de los patrimonios más importantes del románico europeo. La rápida difusión del estilo románico se debió a los condes catalanes que fueron recuperando de manera progresiva su independencia respecto al imperio carolingio y ganando fuerza y terreno a los reinos islámicos. Los obispos recuperaron las distintas sedes, y las comunidades benedictinas ayudaron también a la presencia de este arte en un amplio proceso de repoblación que tuvo su inicio a partir de la desaparición de la hegemonía musulmana en Cataluña.[1]
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La fundación del monasterio benedictino de San Pedro de Roda en Gerona cuya consagración fue en 1022[lower-alpha 1] y su gran riqueza decorativa se considera como un gran adelanto en lo que sería el arte románico de los siglos venideros.[1] En este monasterio, sobre todo en su iglesia, se unió el tradicional estilo carolingio con el recién importado románico de los primeros años del siglo XI. El edificio aunque ruinoso en la actualidad, se muestra grandioso y continúa siendo el ejemplo principal para el estudio del grupo de monumentos románicos conservados en la comarca histórica del Rosellón. Estructuras y elementos parejos con este monasterio se encuentran en los edificios de Sant Andreu de Sureda, en Vallespir en los Pirineos Orientales, en la catedral de Elna y en Sant Genís les Fonts también en Vallespir. Estos ejemplos son testimonios de los comienzos de la arquitectura románica en Cataluña, antes de la generalización de las obras lombardas, obras que suponen la característica por excelencia del románico catalán.[2]
Diferentes grupos compuestos por estos constructores lombardos desarrollaron una gran actividad desde los primeros años del siglo XI. A lo largo de unos veinticinco años levantaron iglesias bastante semejantes entre sí por todo el territorio catalán. La planta de estas iglesias suele tener una o más naves. Cuando es más de una se separan por pilares. Tienen también crucero. Las naves están abovedadas y se decoran con fajas lombardas. Las torres correspondientes se construyen casi siempre aisladas y son de planta cuadrada aunque hay alguna cilíndrica como la de Santa Coloma de Andorra.[3]