Cuestión lingüística en Bélgica
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La cuestión lingüística en Bélgica, también llamada conflicto flamenco-valón es el término utilizado para describir la disputa entre los habitantes neerlandófonos y francófonos del Reino de Bélgica, que se ha prolongado desde el siglo XIX. Este problema lingüístico belga que aún pervive en la actualidad, entre las comunidades neerlandófonas y francófonas, tiene raíces asentadas desde antes de la primera Constitución de Bélgica. Bélgica se caracteriza por una fuerte cuestión comunitaria ligada a tales tensiones lingüísticas y culturales, pero también sociales, económicas e ideológicas. Los belgas de habla neerlandesa se concentran en gran medida en Flandes y se denominan flamencos, aunque los relativamente pocos neerlandófonos que viven en la región oficialmente bilingüe de Bruselas-Capital se consideran sólo parcialmente flamencos. Más de las tres cuartas partes de los belgas francófonos viven en la Región Valona (siendo ellos los únicos que se denominan valones), pero también son la gran mayoría en la Región bilingüe de Bruselas-Capital y también predominan en seis municipios limítrofes con la Región de Bruselas y pertenecientes a Flandes, tras las grandes afluencias al interior de Bruselas en las últimas décadas.
En el siglo XIX, la única lengua oficial reconocida por Bélgica era el francés, que entonces era hablado por una minoría acomodada de la población; en Flandes, la mayoría de la población hablaba dialectos neerlandeses (flamenco, brabantino, limburgués), y en Valonia los patois valón y picardo. Mientras que Valonia se convirtió gradualmente en francófona, al igual que Bruselas, no fue así en Flandes, donde el movimiento flamenco exigió la incorporación del neerlandés como lengua nacional de Bélgica. Como respuesta, surgió el movimiento valón, que pretendía mantener la posición dominante de la lengua francesa al tiempo que afirmaba su originalidad en relación con Francia (el francés belga).
En el siglo XX, la cuestión comunitaria adquiere mayor importancia en Bélgica y también se hace más compleja, sobre todo con la anexión de los cantones orientales de habla alemana en 1919, el auge del nacionalismo flamenco, las tensiones en torno a Bruselas (ciudad predominantemente francófona en una región predominantemente flamenca), el auge de las reivindicaciones federalistas del movimiento valón y el declive económico de Valonia. Varios acontecimientos políticos, como la cuestión real y la huelga general del invierno de 1960-1961, estuvieron marcados por una fuerte disparidad comunitaria y contribuyeron al aumento de los sentimientos regionalistas.
En la década de 1970, tras el asunto de Lovaina y bajo la presión de las corrientes y partidos regionalistas, se inició una serie de reformas del Estado que pondrían fin a la Bélgica unitaria y sentarían las bases de una Bélgica federal. Bélgica ha tenido numerosas reformas del Estado, la última de ellas en 2014. La década de 1970 fue también un periodo en el que los distintos partidos belgas empezaron a dividirse entre sus alas francófonas y flamencas, hasta el punto de que en la actualidad apenas hay partidos nacionales en Bélgica.
Las tensiones comunitarias dieron a Bélgica su actual estructura institucional federal. El país está dividido en tres comunidades culturales y lingüísticas (francesa, flamenca y germanófona) y tres regiones socioeconómicas (valona, flamenca y bruselense). Las tensiones comunitarias siguen estando muy presentes en Bélgica en la actualidad, sobre todo con la presencia de un nacionalismo flamenco muy fuerte que reclama el establecimiento de un confederalismo belga o incluso la independencia de la Región de Flandes, el auge de las reivindicaciones regionalistas en la comunidad germanófona, que reclama la creación de una Región y una Provincia germanófona, así como las reivindicaciones socioeconómicas valonas cada vez más radicales.